Seguinos en nuestras redes

Notas de Opinión

A 20 años del nacimiento de un nuevo sentido común

Un caldo de cultivo de 60 años, que parecía haberse diluido en un mar de estabilidad, de crecimiento y de incorporación al mundo apenas unos años antes, parecía resurgir con rabia, con violencia, con lo que parecía ser una furia descontrolada por la indignación

Columna publicada originalmente en The Post Argentina

Todo empezó en estos días hace 20 años. Tan solo unos días antes, un gobierno desesperado y confundido había impuesto una restricción semanal para retirar pesos de los bancos. La prensa, rápida para rotular en un puñado de palabras, situaciones complejas había bautizado la movida con un nombre que encendería una mecha que aún no se ha apagado: estábamos en un “corralito”.

Un caldo de cultivo de 60 años, que parecía haberse diluido en un mar de estabilidad, de crecimiento y de incorporación al mundo apenas unos años antes, parecía resurgir con rabia, con violencia, con lo que parecía ser una furia descontrolada por la indignación.

Publicidad

Luego vendrían cinco presidentes en una semana, el “corralón”, la pesificación asimétrica, la jugada de Duhalde para impedir el regreso de Menem y, finalmente, los Kirchner.

La familia que había montado en Santa Cruz un verdadero emporio de delincuencia desde un Estado del que se habían adueñado. Aún hoy los tenemos.

Los Kirchner canalizaron toda aquella furia, transformándola en agua para su molino. Sabiendo que solo contaban con el 22% de los votos (paradójicamente más o menos igual al porcentaje de imagen positiva que la jefa hereditaria de esa banda tiene hoy) comenzaron un lento pero metódico proceso que engrosamiento de su poder.

Publicidad

Lo primero que hicieron fue clavarle un cuchillo por la espalda al padrino que los había encumbrado, Eduardo Duhalde.

Luego, conscientes de el sentimiento más notorio en la sociedad era la furia, buscaron profundizarlo y ampliarlo recreando y trayendo al presente los fantasmas de un pasado que lentamente empezaba a olvidarse.

Intentaron -con éxito- trasmitir la idea de que ellos eran el primer gobierno democrático después de la dictadura militar.

Publicidad

Néstor Kirchner llegó a pedir perdón en nombre del Estado por los crímenes militares como si el épico juicio a las Juntas ordenado por el presidente Alfonsín no hubiera existido.

Como ese, lanzaron infinidad de mensajes subliminales para recrear el odio a los militares y para instalar la idea de que los terroristas subversivos de los ‘70 eran jóvenes idealistas que peleaban por los derechos del pueblo frente a una despotismo atroz.

Compraron con dinero espurio las organizaciones militantes de los derechos humanos, comenzaron a infiltrar ese mensaje en todas las actividades culturales del país, (como si fueran los mejores discípulos de Gramsci) y sellaron con el ariete de la inteligencia comunista de los ‘70, Horacio Verbitsky, un pacto de mutua conveniencia.

Publicidad

Coparon los sindicatos docentes para manejar desde allí el contenido curricular.

Las huestes de la izquierda -a quienes también compraron con plata- entrenadas en la tarea de la divulgación falsa de la historia y en el adoctrinamiento secundario y universitario, sembraron las semillas de un nuevo relato nacional, basado en la creación de un sentido común nuevo, tal como soñaba el autor carcelario de “L’Ordine Nuovo”.

Su pacto con Verbitsky llevó esa parte del trato a la página de los diarios y a otros medios conexos.

Publicidad

Repartieron el dinero de los contribuyentes entre subversivos y familiares de estos para ganar su adhesión y, desde el inicio, los incorporaron al gobierno.

Las heridas que venían cicatrizando en los anteriores 20 años se reabrieron de manera cruel.

De nuevo la prensa, para hacer honor a lo que es parte de su profesión -explicar de modo sencillo lo que pasa- halló una nueva palabra para el vocabulario socio político argentino: la grieta.

Publicidad

La grieta no es otra cosa que el choque frontal de dos sentidos comunes: por un lado el que surge de la naturaleza, de la realidad y del curso corriente de las cosas y, por el otro, el que surge de la cultura instalada por los Kirchner, según la cual, como lo expresara uno de sus dos referentes “filosóficos” preferidos, José Pablo Feinmann (el otro es Ernesto Laclau), “la realidad es un cascote que se interpone en el camino de la voluntad”.

Según éste “sentido común” el “espíritu revolucionario” se impone (debe imponerse) incluso sobre la realidad y si el curso corriente de las cosas indica algo contradictorio con la “revolución” pues hay que remover ese “algo” a los sablazos, si es preciso. La soberbia en su máxima expresión.

Quienes profesan este sentido común son incompatibles, inmaridables, inconciliables, con los que profesan el otro sentido común.

Publicidad

Este ha sido el enorme crimen de los Kirchner. Más allá del histórico latrocinio económico que produjeron por robar para sí mismos miles de millones de dólares de los bolsillos de un pueblo al que usaron como carne de cañón, su contribución a la destrucción de la Argentina consistió en venir a terminar lo que se había iniciado el primer peronismo, el peronismo original, el peronismo de la resentida Eva y del violento Perón: cambiar el que había sido el sentido común normal del país hasta aquel momento: el sentido común de que lo que está mal, está mal y lo que está bien, está bien.

El sentido común de que la honestidad es correcta y la deshonestidad, un crimen.

Esa es la verdadera grieta: la que separa a dos grupos de argentinos que creen en y viven por un sentido común opuesto al del otro.

Publicidad

El choque de “realidades”, construidas por esos dos diferentes sentidos comunes, hace imposible la vida en una sociedad única. Y la hace imposible porque mientras unos argentinos dan por descontados ciertos hechos como si provinieran de la mismísima naturaleza para otros argentinos es como si esos hechos provinieran del mismísimo demonio. No es posible vivir bajo un mismo techo en esas condiciones.

Mientras unos argentinos requerirían un determinado tipo de orden jurídico para convivir entre ellos, los otros argentinos requerirían de un tipo de orden jurídico de signo contrario. Y, como es obvio, ambos órdenes jurídicos son incompatibles entre sí. Son el agua y el aceite. Se repelen mutuamente.

La Argentina, gracias a la aparición de los Kirchner en su vida política, reavivó un cisma que parecía estar curándose pero que estos inescrupulosos reavivaron sin piedad para explotar sus consecuencias en su propio beneficio. El precio de sus millones y de su poder fue la ruina, quizás definitiva, de un país.

Publicidad

Hace 20 años empezaba a cocinarse esta debacle. En aquellos días de diciembre del 2001, las grandes marquesinas de la política argentina aún no conocían muy bien los nombres de quienes surgirían de aquel infierno no para sanar sus heridas y quemaduras sino para exponerlas aún más.

TE PUEDE INTERESAR