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Notas de Opinión

Barbijo, burka y antifaz ciego

Columna exclusiva para Nexofin

 

Son momentos en los que aparecen expresiones en los que la fe se presenta más a menudo en el siglo más ateo de los que se tiene registro. Sin que la pandemia haya afectado en ningún porcentaje relevante el cambio o el abrazo a una nueva religión, nos encontramos ante un mundo que se cubre la boca y la nariz y deja al descubierto solo sus ojos.

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En un hotel en Marrakech, mi pequeña hija menor se sorprendió por un enorme cuadro que retrataba un bellísimo rostro femenino, con arábigos ojos rasgados y de una profundidad conmovedora. Su curiosidad se disparó de inmediato: ¿por qué aquí se usan cuadros de bandidos?

Un poco impactado por su pregunta formulada en el castellano neutro típico de los dibujitos animados globales, y otro poco desorientado por no incurrir en un equívoco discriminador, opté por una salida simple refiriendo a distintos estilos de vestuarios.

En realidad, he cambiado en varias ocasiones de parecer sobre el uso de la burka, inclinándome finalmente por la solución atribuida a Einstein. Estoy en constante evolución y como las condiciones y variables a analizar cambian permanentemente, he optado por sostener lo último que digo.

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Se habrá percibido que el párrafo anterior es una búsqueda de indulgencia, pues hoy no veo con claridad que una libertad de culto habilite en nuestro ámbito social y político a una severa restricción a los derechos de libertad individual de las mujeres musulmanas, la libertad se conquistó para ser libres. No se me escapa que es un tema imperceptible en nuestro país, donde el porcentaje de adhesión al Corán es muy bajo y donde el terrorismo yihadista no existe (eso creo y espero).

Y así pensábamos seguir, ganando el ciento por ciento, con casa y departamento y en eso llegó el COVID. Y todo ha cambiado en minutos. Cisne negro, información privilegiada, desgracia o manipulación, parece que nos encontramos en La aventura del Poseidón. Y ahora tendremos multas por no cubrirnos el rostro, reproches por no lavarnos las manos, y aislamiento por abrazarnos.

Hace tiempo, en otra de nuestras recurrentes emergencias, la justicia lidió con los perversos bancos y devolvió los dólares a los ahorristas. En este otro mundo, donde el virus juega sin reglas jurídicas, la señora del antifaz ciego no aparece en la lista de los paladines que hacen falta. Un gran esfuerzo político gubernamental se percibe en la tolerancia entre los líderes de oficialismo y oposición, y en la coordinación Interjurisdiccional que demuestra que el federalismo de concertación es posible.

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No nos hace falta, como ocurrió en México, que la justicia le ordene a la administración a hacer algo contra el virus. Acá hemos optado, democráticamente y sin grietas, por cuidarnos la vida. A pesar de alguna intervención como las que tuvieron por objeto el cuidado a los mayores de 70 o el de los insumos en el Hospital Tornú (este último, lejos de toda lógica de competencia y violentando la autonomía de la Ciudad que tiene, como ha quedado demostrado con el fallo mencionado sobre el cuidado para los mayores de 70, una justicia independiente, célere y eficiente).

Volviendo a la línea en que venía, sostuve en los primeros momentos de la pandemia que las secuelas económicas serían dolorosas y duraderas. Ahora, considero que una salida organizada de la cuarentena nos puede brindar otra oportunidad. Una nueva versión del capitalismo debe contemplar la preservación de las empresas como fuente de empleo y comprender la dimensión de la incidencia de las PyMEs en nuestra economía informal. El capitalismo sanitario deberá imponer nuevas reglas de juego en el sector de la salud, donde el mercado libre se habrá extinguido por coronavirus. Cerrado por derribo, deberá someterse al sector a una férrea regulación global, en la que la OMC no podrá estar desatenta y tendrá que recalcular el reconocimiento de derechos que abrazó China con la medicina tradicional y sus recursos genéticos, y los grandes laboratorios con sus ecuaciones financieras que se apoyaban en las millonarias cifras destinadas a muchas investigaciones para pocos resultados. El crack del 29 ocultó un hito que, pudo ser el embrión de este renovado capitalismo sanitario, con una clase magistral de conducta humanitaria como el Nobel Alexander Fleming cuando descubrió la penicilina, que nunca patentó.

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