Notas de Opinión
A 25 años del peor ataque antijudío desde el Holocausto

El 18 de julio de 1994, una fría nota me esperaba en mi escritorio. Yo vivía en Panamá, era director ejecutivo de Bnai Brith Internacional para el área del Caribe, la institución judía más antigua de servicios y defensa de los derechos humanos. El mensaje escrito por una asistente contenía sólo siete palabras: “Llamaron de Buenos Aires, volaron la AMIA”. Fue desesperante. Un desconcierto atronador se apoderó de todo, y la distancia con la Argentina se clavó en el centro de mi corazón, se transformó en una molestia insoportable.
En aquellos años no se accedía con la facilidad de hoy a imágenes de televisión, eran escasos los canales de cable en Panamá, el correo electrónico era incipiente y las redes sociales no eran siquiera imaginables. El teléfono celular, una excepción.
Ese mensaje frío, distante e indiferente reaparece nítido en mi cabeza como en las vísperas de otro aniversario del atentado. Estaba escrito con el espíritu burocrático de un trámite más, por quien no tenía vínculo alguno con la mutual judía, menos con la DAIA que allí tenía su sede también, y ningún contacto afectivo con la comunidad judía argentina.
Yo conocía muy bien ese edificio de la calle Pasteur y a muchos profesionales que trabajaban en él. Lo había transitado infinidad de veces y, en boca de mis mayores, ocupó siempre un lugar importante en la transmisión de la cultura y en la consolidación de mi identidad.
El recuerdo de esa nota vacía de emoción regresa cada año, porque se asemeja a la actitud de ajeno, de lejano, de lo no propio con el que nuestra sociedad se manifiesta en muchos aspectos.
Es que no es difícil explicarnos que 25 años después de la brutalidad del ataque terrorista que dejó 85 víctimas fatales y centenares de heridos, no tengamos justicia. Tan complejo de entender como que para muchos argentinos esto sea indiferente. Comprender que durante 25 años la política hizo de las suyas para ensuciar y desviar las investigaciones; que un gobierno democrático llegó a dar la espalda a las víctimas y familiares buscando pactar con los perpetradores; que escuchamos que hubo víctimas inocentes que pasaban por la calle como si los que estaban en el edificio fueran culpables de algo; que murieron ese día judíos e inocentes; que con los años el tema se evaporó de la agenda pública, a excepción de los homenajes durante la semana en la que se cumple un aniversario; que supimos del asesinato impune del fiscal de la causa, Alberto Nisman; que no todos entendieron que el ataque fue antes que todo una flagrante violación de soberanía a nuestro país y, por ende, estuvo dirigido a la Argentina y no a un sector determinado; en suma, que explicar todo esto aún hoy nos hace infinitamente vulnerables de ser una vez más el objetivo de otro ataque.
Los silencios, las omisiones, las distorsiones, las indiferencias, la indolencia, el prejuicio, el egoísmo, las mezquindades, los intereses y la ignorancia son las causas de que este 18 de julio, 25 años después, todavía sigan reinando la injusticia y la impunidad.
Está deuda enorme, de una gravedad tal que sólo los familiares y sobrevivientes pueden dar cuenta cabal, nos abofetea nuevamente. A todos.
No hay diferencia entre aquella nota que me recibió ese 18 de julio en Panamá y lo que en gran parte nos sucedió. El atentado a la AMIA-DAIA, el peor ataque antijudío después del Holocausto, ocurrido en Buenos Aires, en la Argentina, fue y es vivido por muchos como una desgracia de otros.
Estamos viviendo desde hace cuatro años un cambio cultural que exige hacernos cargo de nuestros comportamientos, de aciertos y fracasos. Como gobierno tomamos está responsabilidad en este aniversario. Cuando las imágenes se vuelven cada día más borrosas y lejanas, más estamos obligados a honrar la memoria y actuar en consecuencia en cada lugar, asumiendo que el atentado fue contra nosotros, y por eso todos los argentinos estamos implicados.
Dar este paso debe servir para que la justicia sea una realidad que traiga la calma esperada e impedir que la mala política ose entrometerse nuevamente. Dar ese paso sin falsos discursos y palabras vacías es en este día el mejor homenaje a las víctimas y los sobrevivientes.
El autor es Secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación.

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