Durante mucho tiempo, la producción y el consumo de whisky llegaron a parecer una “religión perseguida” en Escocia. Los recaudadores de impuestos de la Corona británica recorrían los pueblos cobrando tasas y descubriendo alambiques ilegales. Uno de estos funcionarios era Robert Burns, poeta nacional de Escocia, que mientras perseguía la destilación ilegal de día, de noche dedicaba versos a su musa, “la buena y vieja bebida escocesa”. Otros representantes de la administración eran odiados por los escoceses, como Malcom Gillespie: “No se preocupaba por Dios ni por el hombre, y se decía que era egoísta y brutal con las mujeres, pero amaba a su perro con pasión”. Gillespie estuvo a punto de morir en diversos enfrentamientos contra traficantes y su can falleció acribillado por un contrabandista.
La reina Victoria, que tanto había apoyado “las ligas de la templanza”, convirtió la destilería de Lochnagar, vecina del palacio de Balmoral, en proveedor oficial de la Corona británica en 1848. A partir de ahí, el Imperio Británico se encargó de llevar el whisky escocés a los cinco continentes.
La primera mención que se conserva al “agua de la vida” aparece en un documento de 1494 de la Hacienda escocesa, el Exchequer Roll (a la izquierda). En él, el rey Jacobo IV de Escocia concede “a fray John Cor”, monje de la abadía de Lindores, “ocho boles de malta para elaborar aqua vita para el rey”.
Aunque Winston Churchill detestaba las borracheras, era un amante del scotch. De joven se llevó 18 botellas a la guerra de los Bóers y más tarde adoptó la costumbre de acompasar las mañanas con un vaso siempre a mano. El “cóctel de papá”, como lo llamaban sus hijos, era, eso sí, una mezcla muy aguada.
Un alambique rudimentario para destilar aqua vitae en una granja. Grabado sobre madera de 1616.
La publicidad sostenía que podía tomarse whisky sin temor a que “afecte a la cabeza ni al hígado”.
A pesar de ser una bebida relativamente simple, alcohol destilado de grano de cereal fermentado y luego añejado en barriles de madera, goza de muchísima popularidad y cada año se venden en todo el mundo millones de botellas de las decenas de marcas comerciales que existen.
Fuente: National Geographic