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Cine

Manchester by the sea: la mejor y la peor película de los Oscar

“Sentarse a mirar otra película inmediatamente después de ver esta es un error. Manchester By the Sea debería ser la última en verse de toda la tanda de los Oscar”, nos advierte Alberto Ezequiel Fernández, nuestro crítico de cine invitado

Por Alberto Ezequiel Fernández – Instagram: @albertoezequiel

Una vez un desconocido, en un museo, detectó mi cara de confusión ante un cuadro abstracto. Acto seguido, se me acercó, me puso una mano en el hombro y me dijo:

– No entendés nada, ¿no?

– Esto lo pude haber dibujado yo. -contesté.

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– Es que estás poniendo tu atención mal.

– ¿Cómo?

– Para saber si es bueno tenés que sentir lo que te pasa y no juzgar tanto lo que ves. ¿Te molesta?, ¿te incomoda?, ¿te atrapa?, ¿te dan ganas de romperlo?, ¿te dan ganas de ponerlo de fondo de tu teléfono?, ¿hablarías de él con alguien?

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El diálogo no duró mucho más, pero puede que la enseñanza me haya quedado.

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Manchester by the Sea es una película para juzgarla como una pieza de arte abstracto. Su entorno, sus actuaciones, su dirección. Todo es un todo. Si empezamos a desmenuzarla punto por punto, posiblemente sea una película que no destaca.

El guión trata de una familia rota por las desgracias, desafortunada, que trata de volver a unirse por la fuerza del destino y de los lazos. Trata de un hombre, Lee Chandler (Casey Affleck) que tiene que volver a su pueblo para criar al hijo adolescente (Lucas Hedges) de su difunto hermano. Pero hay más.

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Hay algo en su narrativa misteriosa, oscura. En la actuación monosilábica del siempre parco y sensacional Casey Affleck, en la hormonalidad de Lucas Hedges. En los pasajes silenciosos y reflexivos que nos propone Lonergan. La historia trata de la vida después de la muerte, y mejor dicho, de la vida junto a la muerte.

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Pero hay más. Lo que atrae de esta película no es su durante, es su después. Esa sensación de haber espiado a través de una ventana un fragmento de la tempestuosa rutina de un changarín cuya lucha por encontrar la motivación de vivir nunca queda clara sino hasta el final. Es una película situada en un pueblo de Estados Unidos, pero es también situada en el limbo mismo de un personaje que entiende a la vida en tanto la muerte.

Atrae sentir que la película se terminó, pero la vida de ellos sigue, están ahí mientras escribo las líneas, mientras tomás tu café, viviendo aún en ese barco que la historia plantea a menudo como metáfora de la familia retratada: un barco vivo al principio, un barco anclado después, con el motor rancio, luego recauchutado igual que la familia, vuelto a poner a punto según lo que la historia dicte.

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Atrae sentir el vacío que deja, y que inconscientemente uno quiere llenar con otra película, pero no. Vuelve. Sentarse a mirar otra película inmediatamente después de ver esta es un error. Manchester By the Sea debería ser la última en verse de toda la tanda de los Oscar, para dejar el tiempo prudencial para sentirla y condensarla y compararla y resignificarla.

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Posiblemente Casey Affleck pierda con Denzel Washington o Ryan Gosling. Seguro Lucas Hedges no termine levantando la estatuilla, ni tampoco Michelle Williams. No sé si Lonergan superará al fantástico Damien Chazelle. No sé si Manchester by the Sea es la mejor película, pero no hay dudas de que es la más imprescindible.

Júzguenla por su después, por lo que deja. Como diría este sujeto, pregúntense si por ejemplo les dan ganas de hablar de ella con alguien o directamente de escribir una nota sobre ella.

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