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Notas de Opinión

“Ripples”

Los primeros son muy rápidos y pequeños. Los últimos más grandes y más lentos. Algo así ha ocurrido con la estrafalaria presentación de Cristina Fernández de Kirchner en la inauguración de la Asamblea de parlamentarios europeos y latinoamericanos

Columna publicada originalmente en The Post Argentina

Cuando uno arroja una piedra al agua se empiezan a forman unos círculos concéntricos (“ripples”, en inglés) que conforme pasa el tiempo se hacen más grandes y amplían la superficie sobre la que aparecen.

Los primeros son muy rápidos y pequeños. Los últimos más grandes y más lentos.

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Algo así ha ocurrido con la estrafalaria presentación de Cristina Fernández de Kirchner en la inauguración de la Asamblea de parlamentarios europeos y latinoamericanos.

Ni bien su burda figura abrió la boca (la piedra que toca el agua) se formaron los primeros círculos rápidos y pequeños como si fueran un fogonazo: sus indudables indirectas al presidente de la nación en el sentido de que un bastón y una banda “no significan que tengas el poder” se llevaron todos los comentarios inmediatos.

Pero en su exposición -que recibiría luego el repudio de todos los representantes extranjeros que se vieron involuntariamente involucrados en una acto fascista de adulación y obsecuencia a una delirante que defiende autocracias y tiranos- Fernández de Kirchner hizo gala de una ignorancia que debería horrorizar a los argentinos.

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Allí volvió con la cantinela -encima con aires de “doctora”- de que el sistema en el que vivimos hoy deriva de las instrucciones creadas por la Revolución Francesa, un evento “que ocurrió cuando no existía la luz eléctrica, el automóvil, la Internet o los celulares”.

Solo una ignorante cómo ella puede seguir transmitiendo impunemente esa mentira.

La Revolución Francesa, mal que le pese a muchos, no es el antecedente de la democracia clásica, contra la que la señora levanta todas sus insidias.

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Insistir con ese verso supone ignorar 500 años de evolución del Derecho y de la mismísima Historia de las Ideas.

La democracia clásica es un producto completamente inglés, no francés. Cuando los franceses amagaron con iniciar sus palotes, los ingleses llevaban años practicándola, poniendo a salvo los primeros derechos individuales. Es lo que describe Montesquieu en “El Espíritu de las Leyes”.

Es más, la Revolución Francesa terminó siendo un movimiento que anticipó muchos aspectos de lo que luego se conocería como fascismo.

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El embrión de la democracia clásica se remonta a 1215 cuando un grupo de caballeros logró arrancarle al rey Juan Sin Tierra un conjunto de derechos que acabaron constituyendo la llamada Carta Magna.

La evolución de la idea democrática siempre continuó en suelo inglés, mientras Europa continental seguía sometida a los más férreos absolutismos.

Así, en 1688 llega la Revolución Gloriosa el evento que generó el gobierno moderno de división de poderes y de monarquía constitucional.

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Justamente, en uso de esos derechos, comenzaba un movimiento de creciente oposición religiosa de los ciudadanos ingleses que cada vez con más frecuencias emigraban a las colonias americanas donde años más tarde, con la Declaración de la Independencia de los EEUU y la Constitución, se terminaría de conformar el círculo jurídico de la democracia, indudablemente el sistema más moderno, más logrado y más exitoso en términos de progreso y libertad que el hombre haya conocido jamás.

A esa escuela jurídica pertenece la Constitución argentina, la misma que Cristina Fernández de Kirchner odia y quiere abolir para sustituirla por un régimen que retrotraería al país a las épocas más oscuras de mundo, y no precisamente porque en esos años no existiera la luz eléctrica, sino porque los seres humanos eran sometidos a crueles servidumbres, en los que no tenían derecho a nada y donde todo el poder yacía en el puño de un capitoste dueño de todo.

Ese el sistema que esta señora añora y con el que sueña. Quiere venderlo como “moderno” aprovechándose de la grosera ignorancia de la sociedad (ignorancia en la que -a propósito- la han sumido otros mal nacidos como ella que también entrevieron la idea de que sería más sencillo reinar sobre un conjunto de burros que sobre una sociedad culta e informada) para luego hacerse de un poder sin control, tal como gozaba Luis XIV, si es que tan enamorada está de los antecedentes franceses.

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¿Hasta cuando la sociedad argentina va a soportar la impostura de esta ignorante a la que no le tiembla el pulso para vender los sistemas más denigrantes para la dignidad humana desde un púlpito internacional desde el que, de paso, somete al país a un bochorno mundial?

La Argentina debería hartarse ya de los aires doctorales de una burra que solo busca la obsecuencia de un conjunto de indignos que viven de sus migajas.

El espectáculo brindado al mundo la semana pasada en el CCK (otro cruel monumento de la corrupción kirchnerista) debería ser uno de los eslabones finales de una larga cadena de imposturas que el país le ha permitido a esta impresentable.

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Su verso de la “antigüedad” de las instituciones que odia, señora, ni siquiera pasa la prueba de las verdades empíricas largamente demostradas por la Historia de las Ideas, cuyo estudio a usted le que queda tan grande como los cargos que, para desgracia del país, los argentinos le vieron ostentar.

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